miércoles, 9 de diciembre de 2009

Estampa sólida de abandono sin tiempo


- No joven, eso ya es pasado y allí hay que dejarlo, no me pida que recuerde, vea a su alrededor, esto ahora es un peladero, es arto doloroso recordar mejores tiempos, siga su camino y déjeme en paz… Jacinto ya descansó, déjelo a él también descansar.
El viejo hizo el ademán de cerrar la puerta pero el joven lo detuvo con la mano
- Soy su hijo
El viejo lo miró con detenimiento como tratando de saltar el tiempo y ver en su rostro el de su padre, algo brilló momentáneamente en sus ojos pero de inmediato bajó su mirada y empujó con más fuerza la puerta
- Peor para usted - dijo mientras cerraba
El joven dio un paso atrás y miró la fachada de la casa impenetrable, miró en rededor las demás casas sintiendo que algunas puertas y cortinas se corrían escondiendo a quienes observaban. A su lado, la calle destapada se abría algunas cuadras para finalmente perderse en el infinito monte, se vio a sí mismo de niño, corriendo en chancletas por la calle junto a otros niños en busca del río. Sintió un impulso que le venía de la nostalgia y de nuevo se dirigió a la puerta ya cerrada y una y otra vez golpeó, cada vez con mayor fuerza pero sin respuesta alguna.
- ¡Dígame donde encuentro a Casimiro! Gritó desesperado; el eco se repitió en cada una de las demás puertas como un llamado.
- ¡Dónde encuentro a Casimiro!, repitió varias veces aún cuando sabía que de la casa nadie acudiría a su voz. Quiso acercarse a golpear la puerta, a descargar su impotencia en puños cuando un niño, en una casa de la acera de enfrente, se asomó por la puerta. El joven miró su gesto tímido que lo miraba fijamente, luego de mirarlo por algunos segundos caminó con lentitud en dirección a él, caminó en tensión como cuando se quiere atrapar un animal salvaje. No bien estuvo tan cerca como para que sus labios intentaran articular un saludo el niño sacó su brazo señalando el monte y con unas palabras que más parecían un grito por el esfuerzo que vence el miedo y la timidez, le dijo
- más allá del palo de Maguey, la casa blanca – e inmediatamente se volvió a encerrar rápidamente.
El joven miró las demás casas algo desorientado por la información y en cada una de las ventanas de toda la calle, gente asomada por hendijas, escondida lo suficiente como para ser vista, miraba fijamente al joven midiendo sus pasos y sus decisiones, gatos sus ojos que esperan el último momento para saltar sobre su presa. Sobrecogido, miró la dirección que el niño le había indicado y dando la espalda a las miradas se alejó por la calle sintiendo sobre su hombro un cortejo silencioso que lo acompañaba.
Cuando niño, su padre solía trabajar con Casimiro, quien llegaba en las mañanas con las mulas que cargaban de maíz y emprendían largos viajes que dejaban días enteros la casa solitaria de voces y a su madre oteando la ventana ante la pasada de cualquier recua de mulas.
Al poco tiempo de caminó, sus pasos encontraron una casa enorme y derruida que evidenciaba antiguas glorias, las paredes cuarteadas dejaban entrever el ladrillo viejo, dos sólidas e imponentes columnas sostenían un pórtico que cubría toda la fachada.
- don Casimiro – gritó por la hendija de una ventana rota preguntándose si alguien podía habitar aquel lugar olvidado. Se acercó a la puerta y golpeó gritando de nuevo el nombre. Una pequeña algarabía de multitud disgustada respondió al instante su golpe y en desorden, como si dormidos estuvieran y el llamado los hubiese despertado, se acercaron con velocidad a la puerta. El joven al escuchar el murmullo de estampida se alejó apresuradamente un par de pasos listo a recibir aquel tropel de personas pero en la puerta finalmente sólo se asomó el rostro gris de un hombre joven con una barba delgada que le llegaba hasta el pecho.
- ¿Se encuentra don Casimiro? - Preguntó con apenas un hilo de voz después de superar la sorpresa del momento.
- Mi padre murió hace tiempo, qué quiere – respondió con voz áspera y cortante desde la puerta, apenas asomado el rostro.
El joven se acercó nuevamente tratando de vislumbrar rostros en la penumbra que de abría tras la puerta, al ver este gesto el que estaba en la puerta la cerró aún más con lo que sólo una parte del rostro se asomaba.
- El nombre de mi padre era Jacinto, vivíamos aquí hace ya mucho tiempo… era amigo de su padre…
El hombre tras la puerta permaneció en silencio durante algún tiempo, sólo mirándolo al rostro, con la misma mirada inquisidora del viejo del caserío
- váyase, aquí no tiene ningún negocio - espetó tras la puerta mientras ésta se cerraba de un portazo.
- Espere - gritó lanzándose inútilmente para impedir que esta se cerrara – por favor, ayúdeme, no sé con quién más hablar… sólo quiero entender qué sucedió con mi padre, saber si aun vive… revivir el pasado.
Tras la puerta sólo el silencio.
- por favor, sé que me escucha, ayúdeme.
- ¡váyase! - le repitió un grito tras la puerta.
Dudo un poco pero al final decidió alejarse, caminó sin dar la espalda a la casa, esperando un rostro furtivo asomándose por alguna ventana, esperando algo que detuviera su marcha y le diera algo para no terminar su viaje sin haber iniciado; pero nada sucedió, la casa, de nuevo sin su presencia, recuperó su estampa sólida de abandono sin tiempo.
Regresó nuevamente al camino y recordó el momento en que Casimiro le entregó el machete ensangrentado a su madre y ella sin preguntar entró en casa, empacó las cosas y huyó del pueblo llevándolo de la mano. Cuánto de su madre reconocía en estos hombres oscos y silenciosos, cuanto de fantasma atemorizado, de negativas sin mediaciones, de silencio.
Era medio día, acabó las pocas viandas que traía en su mochila, siguió el camino que lo alejaba del caserío y se internó en la maleza esperando encontrar el campo de maíz del que habían recuperado el machete. Cuando niño, todos los caminos llegaban  al campo de maíz, de enormes plantas verdes, cubriendo el horizonte se abría en granos de mil soles. Oropan de coger decía su padre y el pueblo era alegre y festivo en la prosperidad de la tierra.
Si bien el tiempo todo lo cambia, no dejaron de encontrar sus pasos un campo de amarillo ocre cuyos lindes se perdían en la distancia; todo era palos de maíz seco, altos como un árbol; Hileras e hileras de un amarillo petrificado, un bosque muerto que sólo cobra vida con el viento. En la prosperidad, la producción cubría bodegas y bodegas, granjeaba riquezas nada despreciables, siempre el maíz en su extensión de horizonte inmóvil pero nunca los señores, nunca la casa que señoreaba aquellos campos ¿Quién comandaría aquel ejercito de recolectores? De niño nunca vio la casa o escucho el nombre de los dueños pero aquel terreno debía tener límites y estos límites un nombre, la casa estaría de seguro en alguna parte y allí, tal vez, era su última esperanza, le dirían algo acerca de su padre.
Subió a una roca y miró el desorden de plantas secas que se perdía a lo lejos, sabía que cuando caminase dentro no podría ver más que los diez chamizos que lo rodeaban, la casa no aparecía por parte alguna, decidió tomar camino al norte, a Monte María, el pueblo más cercano, de no encontrar la casa llegaría de seguro al poblado.
Cada tanto de camino miraba el sol y dibujaba su curso en el cielo para estar seguro de ir en dirección correcta, y pese a su caminar constante, el camino continuaba y continuaba, bajo el duro sol pronto sus ojos enceguecidos empezaron a arder por el dorado reflejo del maíz, bajo las duras ramas sus brazos cada vez más cansados de abrirse camino querían encontrar un final, no imaginó que caminaría tanto, dudo en seguir pero pensó que ya poco camino le faltaba así que siguió, obsesionado con la esperanza de encontrar la historia de su padre entre aquel amarillo ocre que escondía una casa.
Sin embargo, el camino infinito y el sol que ya comenzaba declinar, se sentó a la sombra de los palos secos, chupó su cantimplora y descansó por algunos minutos. Divagó sobre el motivo de su viaje y casi le dio la razón a su madre que tanto le insistió para que no regresara a aquella tierra de muerte.
Una voz primero, más bien un susurro comenzó a colarse por entre los maizales, el hombre se puso en pie y miró con ojos bien abiertos la dirección de la venían los murmullos a la vez que metía su mano en la mochila y asía con fuerza su cuchillo. De un murmullo siguió otro, y luego otro y uno más de hombres y mujeres que parecían secretearse a su alrededor.
- Buen día - dijo en tono alto y los murmullos se acallaron por unos instantes. Caminó en dirección a las voces
- disculpen si me metí sin permiso pero no vi a nadie a quien preguntarle - hubo silencio y una corta pausa, de pronto, como cuando se sube el volumen de una radio mal sintonizada, los murmullos se intensificaron amenazantes, voces y voces saliendo de todas partes cada vez murmurando con mayor ahínco palabras indescifrables; el joven retrocedió como empujado por la algarabía y las voces se acercaron más; caminó de espaldas algunos pasos y las voces lo siguieron cada vez más punzantes, ya no en murmullos sino en gritos que enrarecían el ambiente. Un miedo profundo de frío en los huesos lo hizo correr, un temor de pesadilla que se acrecentaba al sentir las voces rozándole la espalda lo hizo olvidarse del sol, de su ruta, de su propósito, un solo correr buscando abrigo, de ojos desorbitados buscando una salida, un escape del amarillo y de las voces.
El sol ya encontraba la noche cuando su frenética huída halló un claro en el que se asentaba una enorme casa en ruinas, continúo corriendo preso del delirio a través del claro con la firme intención de llamar a la puerta para pedir auxilio. Sólo al llegar al rellano de la casa y ver que la puerta, apenas sujeta de los goznes superiores, se bamboleaba al vaivén del viento, se percató que las voces habían quedado atrás y que la casa era un cúmulo de madera chirriante y mohosa a punto de regresar al suelo.
Retrocedió repelido por la inhabitabilidad del lugar y vio en toda su dimensión una casona inmensa, de alto techo y vidrios rotos. Las voces habían quedado atrás y ya habituados sus oídos al estruendo del tropel en su espalda, el silencio le pareció solidificarse anunciándole rotundamente que era el único ser viviente en aquellos parajes. Miró el maizal mudo y rígido, miró la casa en ruinas, estaba demasiado turbado, sus manos temblaban y por un instante sintió que todo era un sueño, una pesadilla y que en cualquier momento despertaría, de veras lo ansió pero la realidad se amontonaba inefable ante sus sentidos. Miró el sol que ya despedía sus últimos rayos violáceos convirtiendo el amarillo del maíz seco en un apacible mar rojizo. Pronto llegaría la noche, no tenía más alternativa que pasarla allí, no quería en la oscuridad enfrentarse de nuevo a las voces, no lo soportaría.
Ya recuperado el aliento, temiendo perder los últimos rayos de luz, penetró en la casa; lo primero que lo sorprendió fue ver los muebles, todos pudriéndose con la estructura misma, como si sus dueños hubiesen huido desesperadamente sin poder llevar nada consigo, como si la casa siempre hubiese sido así, hecha para el olvido. Caminó por un amplio salón hasta las escaleras, quiso subir hasta la parte más alta para divisar el horizonte, su sensatez no renunciaba a ver los rostros que encarnaban aquellas voces.
La escalera desembocó en un amplio corredor por el que, a lado y lado, aparecían los numerosos cuartos de la casa. El interior de cada habitación conservaba los muebles, las camas aún tendidas, espejos enormes que alguna vez reflejaron a sus habitantes. Al final, el corredor desembocaba en una amplia terraza, desde allí observó la planicie inmisericorde de maíz recalcitrado por el sol que se perdía en la distancia hasta una montaña verde y diminuta que marcaba sus límites en el horizonte. Aun vivo en su mente el miedo de las voces, no queriendo encerrarse en habitación alguna, se dispuso a pasar la noche en aquella terraza, atenazando su cuchillo con violencia, acurrucado en un rincón, sin intensión de pegar los ojos ni por un instante.
Buscó en su mochila la cantimplora y con la otra mano apretó fuerte el cuchillo, el cansancio se había acentuado en su cuerpo que le dolía por el esfuerzo y la tensión vividos, bebió el último sorbo de agua que saboreó con júbilo. Noche oscura y silenciosa como no había visto se abría frente a él, ni un sonido rompía aquel silencio que podía ser cortado por la hoja de un cuchillo sobre el viento, ni un animal surcando el cielo, una planicie desmedida que se perdía en la distancia y la penumbra.
Durante algunas horas permaneció atento, con los ojos abiertos a los chirridos de la vieja madera, atenazando su cuchillo como un pacto contra el miedo; pegada su espalda contra la pared, trancada la puerta de la terraza con algunos muebles, apenas si quería respirar para no romper con el silencio penetrante de la noche. Pese a su deseo de no dormir se encontraba débil por las emociones sentidas, por no haber comido bien desde la mañana, por no querer recordar lo sucedido, el cansancio terminaría venciendo, se fue empozando en los ojos como un pesado manto que va envolviéndolo todo y sumiendo en penumbras el presente. Después de algunos sobresaltos por los sonidos de la casa, pronto terminó acostumbrandose al continuo gemido de la madera sometida al viento y cayó vencido por el sueño, una transición de la oscuridad de la noche a una oscuridad aun mayor en su conciencia.
No bien, imágenes de un pasado que ahora parecía remoto, irreal, desfilaban por su cabeza, un ruido en un extremo de la terraza lo despertó sobresaltado. Sus ojos abiertos de par a par encontraron una presencia que se acercaba con lentitud y en silencio hacia su persona, se puso en pie y sacó su cuchillo a la noche haciendo esfuerzo por entender la forma de aquello que venía, la imagen que primero era niebla o humo, cada vez más cerca iba tomando forma humana primero y luego definido cuerpo de mujer joven, de cabello rizado, color castaño como la tierra seca, hermosa presencia apenas vestida con una tela que permitía intuir lo voluptuoso de sus formas. Continuó caminando hasta estar a un palmo de su cuerpo, exhaló un tenue olor de rocío y papaya madura que inundó sus sentidos; se sintió pleno en la soledad y su cuerpo vibró como una cuerda tensa que es tocada y quiere liberase en música. Unos ojos felinos se clavaron en los del joven quien no pudo pronunciar mayor palabra que el sonido del cuchillo cayendo al suelo. Su temor había desaparecido, el calor de la carne en punta le subía hasta las mejillas.
- ¿Eres la noche? – pregunto ella al final de un silencio que pareció de siglos.
- Soy la cimiente del sol – respondió él, apenas consciente de sus palabras. Ella delicadamente tomó su mano y los labios se juntaron en los labios, se abrazaron primero con ternura y luego como el fuego se alimentaron uno del otro con desesperación, con temor infinito de separarse, frenéticamente sus cuerpos se juntaron en la oscuridad sin rostro preñada de fuerzas que buscan poseerse en silencio.
Cayó profundamente dormido con su rostro envuelto en sus cabellos, soñó que corría por el campo de maíz huyendo de las voces, pero esta vez, ya era de noche y las voces lo continuaban persiguiendo hasta la casa, si bien no veía los cuerpos, las voces siempre estaban sobre su hombro, como un escalofrío continuo en la espalda. Corría preso de un delirio de pesadilla, tumbando cosas a su paso, escondiéndose y siendo encontrado, corrió hasta que sus pasos quisieron enfrentar la noche y al salir por la puerta trasera, tropezó enredados sus pies con algo en el suelo. El golpe de su rostro en el suelo lo silenció todo, aturdido buscó a tientas aquello que se enredaba en sus pies y descubrió sobresaltado que era un cuerpo, hecho ya huesos, con una ropa que intuyó era de su padre.
Despertó con un gemido y sus ojos encontraron con dolor que ya era día, se supo en una cama, cubierto por cobijas, algunos segundos le costó recordar en donde se encontraba y toda la comodidad que sentía se vio trocada en horror cuando se vio desnudo en una cama de las habitaciones por las que había pasado el día anterior para llegar a la terraza. Lanzó las cobijas y al ponerse de pie de un salto encontró en su cuerpo el moho y el polvo de la humedad que años de abandono habían acumulado sobre los tendidos. En la cama, junto al lugar en el que él había dormido, yacía un espantapájaros relleno de paja y tusas de mazorca, vestido con la misma ropa que había visto en el sueño. Salió al pasillo, caminó hasta la terraza, la casa estaba sumergida en el mismo silencio de barco a la deriva del día anterior, de la mujer no había rastro alguno, tampoco de su ropa, regresó al cuarto y no encontrando más ropa que la del espantapájaros, se la quitó a zarpazos y se cubrió con ella. La ropa parecía no tener los años de la casa, estaba en buen estado, se colocó los zapatos que tenía amarrados el espantapájaros y salió de allí con afán de encontrar la claridad del día.
Trató de pensar que todo había sido un sueño y que su cansancio lo llevó hasta esa cama pero sabía que ello no era ni remotamente posible, temió estar loco, preso de algún delirio, dudo de sí y de su pasado, creyó perder las luces y se sentó sobre la hierba, el miedo profundo le calaba otra vez los huesos, no había comido ni bebido nada desde el día anterior, se sintió solo, más solo que nunca y quiso que todo terminara allí, que las voces volvieran e hicieran con él lo que quisieran, pero sólo vivía en aquel claro el silencio profundo de la llanura impasible que se abría ante sus ojos. Recordó entonces los huesos de su sueño, bordeó la casa hasta la parte trasera y reconoció que todo era idéntico a como él lo había visto. Caminó con premura hasta el lugar en que sus pasos habían tropezado y allí encontró de nuevo los huesos, ahora sin ropa alguna.
El sol aún se encontraba lejos de su centro y un silencio de sopor inundaba su cabeza. Miró la extensión sin límites y supo que su destino era volver, sin importar lo que sucediera, debía regresar por donde había venido, retornar a su casa, escuchar la risa de su hijo, sentir la claridad de su mujer, apostar por ello; se santiguó, rezó con una devoción que no conocía en su corazón, pidió con un nudo en la garganta por su familia y se lanzó al maizal en busca del camino de regreso.
El retorno fue hacia el sur, si bien las voces lo habían desviado de su ruta y no estaba seguro de la ruta que había decidido, no se le ocurría otra opción.  No tenía ya su cuchillo, ni su mochila, ni siquiera su ropa, caminaba esperando a cada paso escuchar las voces, no quería descansar temía que ello convocase las voces como el día anterior había sucedido. Su cuerpo estaba débil y sol era cada vez más fuerte sobre su cabeza, sentía como palpitaban las venas en su cabeza, como sus labios tomaban la apariencia del bagazo seco del maíz, un ligero temblor en las manos y un arrastrar de pies queriendo detenerse lo acompañó todo el tiempo, en su mente, fija, la imagen de su familia como un talismán. Cada tanto miraba el surco del sol en el cielo para trazar la ruta, cada tanto miraba a su alrededor esperando que las voces estallaran en ruido y lo arrastraran para siempre pero nada de ello sucedió, caminó todo el día y cuando el sol ya se encontraba en su cenit, el campo de maíz se abrió a otra vegetación, verde y viva, y un júbilo callado se agolpó en su corazón como cuando sobrevivimos, pese a una enorme destrucción, a una fuerte tormenta.
Sus pasos se continuaron hasta encontrar el camino que lo llevaría de nuevo al pueblo, pasó por la casa de Casimiro apenas mirándola de reojo, recordando las voces que allí habitan, esperándolas.
Ya cerca del pueblo se detuvo de golpe, sobresaltado, escucho de nuevo unas voces, pero esta vez eran de júbilo, esta vez sabía que venían del pueblo, que no lo perseguían, no por el momento. Una música desvencijada de pueblerinos acompañaba el júbilo de las voces, se acercó arrastrado por el deseo de llegar, sintió el bienestar de la compañía y se creyó a salvo de la pesadilla. Unas mujeres regordetas reconocieron su silueta en el camino y se acercaron con afán a recibirlo, pensó que su estado debía ser lastimoso para provocar tal respuesta en los que antes apenas si lo habían mirado. Lo tomaron de las manos y con sonrisas le daban la bienvenida, pronto divisó al pueblo entero como brotando de la tierra y marchando hacia él, los que llegaban querían con notoria preocupación tocarlo, como si fuese el santo milagroso de una procesión, él, entre sorprendido, débil y asustado, les pedía agua pero nadie parecía escucharlo, estaban demasiado felices de verlo, de tenerlo entre ellos como para darse cuenta de su real estado.
- ¡bienvenido Jacinto! - gritó un hombre a lo lejos, y otros lo siguieron, vítores por Jacinto brotaban de todas partes. Él, con ojos desorbitados les respondía cuan fuerte podían sus fuerzas rendidas que no era Jacinto, que era José Luis, su hijo, pero igual, a nadie parecían importarle sus palabras, sólo le estrechaban las manos, le golpeaban amistosamente la espalda y lo iban empujando por la carretera hasta el centro del pueblo. Quiso detenerse pero la fuerza del tropel era incontenible
- ¡Locos! – gritó con desesperación - ¡qué no ven que no soy Jacinto!
Pero todos seguían empujándolo, llevándolo a un camión que tenía las puertas abiertas, forcejeó, hizo el último esfuerzo con los ánimos que le quedaban y con las manos se detuvo ante el camión
- ¡Déjenme en paz! – gritó mirando el tropel a los ojos. Las personas se detuvieron y lo miraron algo sorprendidas, de pronto, con el rabillo del ojo, alcanzó a ver un mazo en alto que se dirigió con velocidad y fuerza a su cabeza, eso fue lo último que vio antes que una luz blanquecina le nublara los ojos.

La algarabía de las voces lo despertó, la cabeza le pesaba demasiado, no podía levantar el mentón de su pecho, vio su camisa llena de sangre y entendió que venía de su frente. Las personas al verlo despierto lanzaron vivas, todos rieron, muchos aprobaron su mirada empuñando botellas de licores varios. Enceguecido por la brillante luz del sol sobre el rostro, le costó trabajo entender en un principio donde se encontraba pero pronto reconoció el amarillo ocre del campo que se extendía por kilómetros en el horizonte. Sintió un nudo en la garganta de lágrimas y desesperación, quiso gritar pero estaba muy agotado, quiso moverse pero cobró súbita conciencia de que se encontraba atado a un tronco, sus pies reposaban en una saliente del tronco lo que lo elevaba por sobre las cabezas de los que lo observaban. Bajo él, ramas y troncos se agolpaban en forma de círculo y entendió con tristeza y resignación su destino. No lejos del lugar en que se encontraba, un hombre hablaba mientras vivamente lo escuchaban los que estaban a su alrededor, una hoguera ardía detrás de él. El hombre se acercó finalmente a la hoguera mientras un cortejo de gestos y posturas solemnes lo acompañaban, tomó una antorcha encendida y gritó mientras se acercaba a José Luis
- ¡La vida, debe transmutarse para continuar siendo!
José Luis, ya viendo su final, imaginó el rostro de los que ama cuando supieran, si es que algunas vez saben algo, miró el poniente y algo llamó su atención, un punto rojo entre el amarillo se acercaba frenético, pronto reconoció que era cabello, como el de su padre, se sorprendió aun más cuando reconoció un cuerpo de hombre vestido igual a él que desenvainaba un machete y empezaba a blandirlo en aquellos que querían detener su carrera, el hombre se batía con fuerza pero eran muchos los que querían detenerlo; mientras a lo lejos se luchaba, el hombre con la antorcha continuaba inexorable su camino hacia él como si nada más sucediera. Cuando encendió las ramas secas a sus pies, el hombre del machete fue derribado y entre los gritos de los golpes que suplicaban el perdón reconoció a su padre, tal cual el último día que lo había visto con vida, las armas de los muchos se descargaban en su espalda hasta que el cuerpo no volvió a moverse. El fuego ya cobraba vida a sus pies y el humo comenzaba a sofocarlo, José Luis no quiso entender nada, no quiso pensar en nada y se entregó en silencio a la muerte, vio por entre las briznas del chamizo encendido que arrastraban el cuerpo de su padre a la casa y recordó lo que su padre le había dicho la primera vez que en la noche vio luciérnagas
- Son pedazos de estrellas extraviadas en la noche.


viernes, 4 de diciembre de 2009

INSOMNIO

Su cabello se hizo de fuego cuando presintió el cataclismo sin embargo caminó con la cabeza gacha y las manos dentro de sus bolsillos porque supo que aquella predestinación nefasta le traería el dolor más grande que un hombre pudiese soportar. Al entrar a la cabaña macilenta escuchó como al fondo se quejaba aquella mujer por la que todo hubo abandonado y por la que todo hubo dado. Sabía que moriría porque ni siquiera lo reconoció al verlo delante de la cama desvencijada. Con amargura sonrío y creyó haberle dicho tranquila, todo estará bien, pero de su garganta solo nacía el espanto como un gruñido de perro herido. Se acercó lo más que pudo y tomó una de sus manos sintiendo como el frío abominable de sus huesos le penetraba hasta el alma. Al mirarla fijamente a los ojos y al encontrarlos vidriosos y perdidos se sumió en una tristeza tan profunda que lo único que atinó a hacer fue a quitarle lentamente la ropa y quitársela él. Al quedar desnudo se dio cuenta que todos los bellos de su cuerpo habían cambiado de color y ahora parecían una hoguera inapagable. Al divisar en la mesa una botella de ron se dirigió hasta ella y bebió gran parte de su contenido. Su mujer tiritaba tendida en la cama desnuda por el frío y al verlo venir levemente abrió sus brazos y sus piernas, él que apenas podía caminar por el peso de las culpas y de las tristezas se dio cuenta que no sufriría una erección así no más y recordó el día en que ella, la que se postraba moribunda bajo su cuerpo, le pidió el favor de hacerle el amor mientras moría y si no podía en aquel preciso instante debería hacerlo recién muerta.
La conoció con una máscara puesta el día del carnaval de su pueblo en conmemoración a los muertos. Bailaron pasada la media noche, después del toque de la campana y se enamoraron ciegamente ya que se vieron los rostros húmedos y deshechos por el placer la mañana siguiente en que por fin se quitaron las máscaras y aunque los pronósticos de ese amor desigual y perfecto era terminal, lucharon en contra de los prejuicios y de las dignidades ajenas para hacer de sus vidas un espacio bello en el universo y de sus cuerpos unos momentos eternos de la felicidad. Así fue como él recurrió a la magia negra y por ser anciano de nacimiento venderle su alma al espíritu inmundo y maligno de Asmodeo (“En el libro de Tobías aparece el nombre de un demonio: Asmodeo (del persa Aaesma daeva) que significaría "espíritu de cólera") quien le concedió el don de la juventud siempre y cuando mantuviera viva la llama de la existencia, ya que nada encolerizaba más a este espantoso demonio que el devaneo o el desgano por la vida y antes de ella su vida, la de él, era una vida pueril y triste que se sumergía se hondonadas de espanto por el temor a la vejez y a la soledad como consecuencia de su ser. Así que cuando Asmodeo realizó el encanto le dejó claro que el día en que perdiera su gusto por la vida su corazón dejaría de segregar sangre, pero que seguiría vivo por toda la eternidad llevando el color de su sangre en la cabeza para que sintiera cuan siniestro es llevar el corazón del hombre a vista de todos los demás hombres, él en aquel momento lloró de la felicidad por ver su sueño cumplido y al mirar su reflejo en las aguas del río sintióse de nuevo joven y feliz por poder brindarle su vida a aquella hermosa mujer que le entregó su conmiseración y cariño.
Enfermó el día en que él se quedó embriagándose en el prostíbulo del pueblo ya que le estuvo esperando por varias horas durante la madrugada en el umbral de la cabaña, así que una fuerte tosferina le atacó directamente en los pulmones arrojándola a la cama de donde sabía no se recuperaría. Al regresar a la casa, ebrio y agitado, la desnudó nuevamente y la sacó a la vereda para gritarle improperios como “ramera o bruja” y ella llorando y tosiendo por la tos y el espanto le miró a los ojos y le decía que le amaba. Al despertar su mujer se encontraba delirante hirviendo por la fiebre, así que se levantó y corrió hasta el bosque donde invocó a Asmodeo para que le ayudara a lo que saliendo del fango el demonio le dijo ahora eres un fantasma y nadie podrá ayudarte divagarás por las calles y nadie sabrá quién eres, solo se verán tus cabellos resplandecer con su color rojo por donde vayas y será ese tu castigo, él se dio media vuelta y salió corriendo por entre los campos de trigo sintiendo que no solo le perseguía el demonio sino la muerte y la desilusión y que su lucha no era en contra de su destino que ya estaba escrito sobre las rocas más profundas del volcán que se alzaba en la lontananza sino en contra de la desventura de querer luchar en contra de lo irremediable y que por solo un poco de felicidad hubo desperdigado toda su eternidad. Al llegar al pueblo todo fue como lo predijo el maligno y nadie le veía y traspasaba las paredes y cuando hablaba nadie le escuchaba.
Todos en el pueblo vieron correr entre los campos de trigo a aquel hombre de cabellos de fuego que se dirigía moribundo al pueblo a buscar al médico para que le salvara del insomnio.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Arde la oscura noche y me disuelvo rojo vivo

Arde la oscura noche y me disuelvo rojo vivo
Como un pábilo encendido rodeado de un mar de silencio
Me hago palabra en un nacimiento

Paradógica existencia
Surgiendo del vacío, la palabra pronuncia mi nombre
Y soy en ella un hipo jubiloso
Luego, indemne, se aleja negándome
La luz que todo lo atraviesa no pertenece a nadie

Extraño destino perseguir la palabra
Fuga presa de sí mismo
Llama de amor viva
Atraviesa la noche y nos abisma a nosotros mismos

Espejo sibilante
Reflejo ondeante en el agua
Tan no soy lo pasado como la palabra dicha

Al final del camino:
Una victoria callada
Una certidumbre de embustero
Un caminar ladino por la rivera del camino

Por más que lo anhelemos
No dirá nunca nuestro nombre la obra terminada



[como siguiente tema propongo la siguiente escena:
Un hombre de pelo rojo corre por entre un campo de maíz huyendo de algo]

jueves, 19 de noviembre de 2009

RENUNCIO

Renuncio a todo
Al teatro
Al cigarro
A la noche
A ti
A la madrugada
Mañana me levantaré tardísimo
Y no llegaré pronto a trabajar
Me imagino el rostro de mi jefe
Pero soy libre
Y entraré solo a un cine
A ver una película malísima
Sobre autos
Y sobre chicas hermosas
Y sobre buenas mujeres
Entonces saldré del cine sonriendo
Y caminaré sin miedo
A los hombres
Y llegaré a mi casa a cualquier hora
Y estará deshabitada
Y estará triste
Igual
Nada me importa
Porque renuncio a todo
Y al acostarme a dibujar flores
Y logos de cigarrillos
Los zancudos no me amargaran la noche
Y renuncio a mis sueños
A la literatura
Al dinero
Al amor
Renuncio al amor
A tu amor renuncio
Porque quiero ser libre
Y soy libre
Y soñaré con nada
Con un paisaje en blanco
Y estaré feliz
E iré por las calles saltando
Riéndome de la desgracia
De toda la gente.
Renuncio a todo
A estas palabras renuncio inexorable
Aquí quedarán para siempre
Cayendo en un abismo absurdo.
Renuncio a mí
Porque ni siquiera la muerte
Puede arrebatarme lo que soy
Y lo que siento
Todo lo que te quiero
Todo lo que te extraño
Se irá con el viento
Porque renuncio a ti
Lo reitero
Renuncio a todo aquello
Que fuiste
Y renuncio a todo aquello que no fuiste
Renuncio a recordarte
Renuncio a no olvidarte.
Esta noche
Como en muchas
En que quiero beber
Renuncio a la embriaguez
Ya te he regalado
El principito
He renunciado a la flor
Y a la serpiente
Y al viejo zorro
Y ya nunca jamás todo será diferente
Porque renuncio a que las cosas sean diferentes
Todo será igual
Renuncio a lo distinto
Renuncio a sentir distinto
Renuncio a esta música que miro
Renuncio porque me harté
Y renuncio porque estoy feliz
Y porque mañana
Seguramente también querré renunciar.
Y renuncio a tu ausencia
Y renuncio a caminar
Y a seguir respirando
Y a que lata el corazón
Y a que me ponga los zapatos al derecho
Y a que me ponga los zapatos al revés
Quizás estoy renunciando a mi condición humana
Pero renuncio a ella entonces
Renuncio a tener hijos
Renuncio a tener familia
Renuncio a la iglesia que nunca quise
Renuncio al comunismo
Renuncio a escribir un buen poema
Renuncio a escribir un mal poema
Renuncio a usar la misma lengua que usas
Renuncio a nis depresiones
A mis sueños
A mis pesadillas
Renuncio al llanto
Renuncio quererte
Así te siga queriendo
Algún día me comprenderás
Algún día necesitarás renunciar
A algo
A todo
Pero renunciar
No es dejar a un lado
Es renunciar
En definitva
En definitiva por un día
Por una noche
Por una año
En el caso de las renuncias
El tiempo se vuelve perpetuo
Y cuando quieras renunciar
Ya no te servirá el principito
Ya no te servirán las rosas
Ya no te servirá comprobar
Que lo esencial es invisible a los ojos
Porque no lo esencial no es suficiente
Y quizás
Lo más seguro
Es que mañana ya no quiera renunciar a ti
Ni a mí
Ni a mi pasado
Si no que quisiera volver
Quisiera volver a ti
Así no estés
Y será hermoso
Que pueda renunciar de nuevo
Mañana en la noche
O en diez años
No es culpa de nadie
Ni del destino
Ni mucho menos mía
Que quiera renunciar a todo
A absolutamente a todo
Para tener una certeza
Para tener una verdad certera
Que no tengo nada
Y que nada puedo perder.

Daniel Ángel

Hijo de la nada

Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres.
Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio
y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy.


Jorge Luis Borges, El Inmortal

Me pertenezco a mí mismo tanto como una fruta pertenece a su árbol y un niño recién nacido pertenece a su madre. En el preciso instante en que creo saber quién soy me sorprendo y me desconozco. Una idea insospechada, un deseo furtivo, una mirada ausente o el desconcierto por una pequeñez son suficientes para cambiar la idea que tengo de mí mismo. Soy el cielo que observo y me deleita, y las manos que alargan mi alma, y el ladrido de un perro oculto en la noche, lo cual no es más que un amable modo de decir que no soy nada en realidad.

Pero sentirlo como una condena sería casi como si el gato lamentara ser gato y la rosa rosa. Ser tan solo un nombre y un recuerdo no es una fatalidad: es tal vez la poca libertad que me compete. Como la trillada metáfora del río, no por dejar de ser constantemente no existo. Esa es precisamente mi existencia: dejar de ser, no ser, ser efímeramente, como un gota de agua que cae y se estrella en el parabrisas de un auto estacionado.

El arraigo es solo ilusión. En un mundo donde el tiempo es la ley, considerarse arraigado es estar muerto. Ningún instante se repite, ningún gesto se reproduce, ningún anhelo se duplica. Mis raíces son mis sueños, y mis sueños, creación. No soy más que lo que he escogido ser, pues al ser hijo de la nada, toda edificación es de arena. Así, como dice Borges, hay que edificar como si la arena fuera piedra, e inventarse unas raíces, y hacer de la propia vida una obra de arte.

martes, 10 de noviembre de 2009

Se apretó con fuerza el estómago

                Ser un hombre de rio con el alma anegada
                                                           Gómez Jattin 

Se apretó con fuerza el estómago esperando que este pequeño acto de rabia y desesperación atenuara el dolor abrasivo que le consumía las entrañas. Continuó caminando, pequeñas gotas de sudor frío brotaban de su cien, frente a él, erguido imponente, el edificio reclamando el respeto y el miedo que inspiran sus moradores. Miró el reloj, estaba a tiempo, caminar rápido acrecienta el dolor y no quería indisponerse frente a ellos, necesitaba como del aire mismo que le aprobaran el contrato, no para él, sino para los que quedarían tras su partida.

En la fachada del edificio los bravos guardianes con sus perros como una extensión de su inmisericordia. Subió poco a poco los peldaños de las escaleras y vio aparecer su figura en los relucientes vidrios de la fachada, su piel tenía el color cetrino de la madera vieja y en sus ojos asomaba el dolor y la desesperación que lo consumen.

Se dejó registrar sin mirar sus verdugos, el ascensor estaba a punto de bajar, se acercó sin fatigarse, tomando aire pausadamente y al abrirse lo recibió un espejo en el que lo miraba un hombre canoso, ya poblado su rostro de arrugas, de vestido negro impecable y no pudo dejar de pensar que así como se veía quería verse en la tumba. Miró sus zapatos relucientes y apretó el portafolio de cuero en su mano que consideraba, le daba un cierto aire de importancia.

Lo guió apenas sin mirarlo hasta la oficina del gran hombre la secretaria empacada en un delicado vestido rojo que insinuaba sus curvas, golpeó la puerta

- El señor Salazar, dijo con la voz falsa que impone el respeto y pegó su oído a la puerta bajando la mirada.

- Adelante!, bramó una voz gruesa que retumbó en la que seguro era una enorme estancia.

La secretaria, recibida la orden, abrió la pesada puerta de roble permitiendo su entrada; respiró profundo y sonrió amablemente franqueando la entrada con paso decidido.

En efecto, eran cerca de veinte pasos desde la puerta hasta un escritorio enorme que podría sin inmutarse recibir el impacto de una bomba. Estiró la mano por encima del escritorio dirigiendo un saludo pero el hombre enormemente gordo que estaba al otro lado del escritorio sin responder el saludo bramó

- Siéntese usted.

Salazar se sentó borrando lentamente la sonrisa en sus labios esperando no se trasparentase su disgusto. La estancia fría lo hizo recordar el hospital, el cual seguro en unos días lo esperaba.

- Hable usted, volvió a bramar, mirándolo fijamente como si más que medirlo lo estuviese juzgando.

- Vengo de la oficina de Seguros Bolívar y traigo…

- ¡Eso ya lo sé!, gritó con impaciencia aquel extraño ser enorme.

Sintió una ingravidez en su estómago y alejó de su mente la idea de un inminente fracaso, nada tenía y nada dejaría; sonrió angustiado ante el impasible rostro de su anfitrión.

- Sucede Doctor, que Seguros Bolívar le ofrece una póliza de seguros con cobertura total y a un precio que ninguna otra empresa puede asegurarle.

Alzó su portafolios para apoyarlo sobre el escritorio pero la mirada de disgusto que los enormes ojos proyectaron al ver aquel elemento de viejo cuero lo hicieron desistir de hacerlo y terminó llevándolo a sus piernas. Los papeles que iba a sacar resbalaron un poco y el esfuerzo que hizo para impedir su caída le produjo un dolor eléctrico que le crispó el rostro y tensionó los músculos haciendo que los papeles se desparramaran con violencia por la estancia.

Ante la mirada impávida de su anfitrión, Salazar se levantó del asiento para recoger sus papeles sonriéndole nerviosamente a ese rostro sin misericordia que logra en algunos hombres el poder sin medida y, aguantando, el deseo de cogerse a puños el estómago para sacárselo y hacer desaparecer el dolor, comenzó a caminar por la enorme estancia recogiendo los papeles mientras aquel hombre miraba fijamente cada una de sus acciones.

Colocó los papeles sobre el escritorio, los organizó cuidando de dominar su nerviosismo e inició la explicación de su oferta. Con el dedo hacía hincapié en algunas observaciones que esperaba el hombre observara pero aquellos ojos desproporcionados no dejaban de mirarlo al rostro solazándose de su posición de superioridad y Salazar tuvo que leer él mismo y explicarle las gráficas a un hombre que más parecía la encarnación de la indolencia.

- Gracias pero no me interesa.

Interrumpió su explicación aquel bramido de hombre fofo y virulento. Salazar lo miró al rostro algo desorientado, buscando palabras para echar atrás aquella sentencia y cuando abrió los labios para decir algo, el dedo regordete oprimió un botón en el alto parlante

- El señor Salazar ya se retira, gritó, a lo que inmediatamente unos pasos comenzaron a acercarse hasta llegar a la puerta y abrirla, por ella se asomó el rostro de la joven secretaria

- Por favor, acompáñeme, le dijo esta vez mirándolo a la cara y señalándole con la mano el pasillo.

Salazar guardó sus papeles y miró con seriedad al hombre tras el escritorio pero este rostro fofo ya había bajado la vista a unos documentos que tenía sobre el escritorio haciendo como si no existiera quien antes le hablaba. Cerró el portafolios y quiso gritarle hijo de puta con toda el alma y luego romper a puños esa bonita cara que lo apuraba con gestos desde la puerta pero terminó de recoger sus cosas sin dejar de emitir una estúpida sonrisilla

- Gracias, dijo con un hilo de voz y pensando para sus adentros tranquilo, mañana es otro día, mientras se retiraba lentamente esperando que el cáncer de estómago no lo fulminara en cualquier momento.

lunes, 9 de noviembre de 2009

HE DESESPERADO

He malgastado mi vida de mil modos distintos

He malgastado mis días

Y sólo ahora en que me siento

En una tienda de cualquier lugar

Y observo como se desarraiga la vida

Lo comprendo apenas

Pero no recapacito.

Una mujer afuera de la tienda se moja.

Todas las mujeres son hermosas cuando se mojan.

He malgastado mis días haciendo lo que hago ahora:

Espero que algo pase

Algo extraordinario

Como que llegase una mariposa multicolor

Y ante mis ojos se deshiciera

En una leve y rápida llama de fuego azul.

Precisamente ha sido en esa espera

En que he dejado lo que soy

O la tentativa, lo somero

En esa incertidumbre de todas las horas mal contadas me he ido,

Porque el reloj del que espera nunca marca ninguna hora

Y sí desesperanzas absolutas

He sido un pronóstico del IDEAM

Una lluvia, un aguacero, un sol

Algo que no ha llegado

Muchos esperan el agua para su cosecha

Otros el sol para sus vacaciones

Pero soy incierto y no sé la vida.

He de esperar a que se me pare el corazón

Y así caigan marchitas las alas del ángel

Que nunca me han dejado volar.

NO SIEMPRE EL DESARRAIGO ES DEJAR

NO SIEMPRE EL DESARRAIGO ES PARTIR

AVECES SE DEJA MÁS CONTENIENDO

AVECES SE PARTE MÁS QUEDÁNDOSE.

En cada lágrima que padezco como la sangre de una corneada

He dejado mi carne.

Puede no ser trascendental pero el irse lacerando

Diariamente como la puta que lo hace por dinero

Es doloroso, es angustioso, es absurdo

Pero yo soy peor

Porque no lo hago por nadie

Ni por amor

Ni por dinero

Ni siquiera por odio a mí mismo.

Así será más banal la tortura de la vida

Así será más banal el éxtasis de la vida.

Ahora a un hombre que habla por celular

Le miente aquella mujer que ama

No sólo he dejado mis lágrimas y mi carne en el mundo

También he dejado mis libros olvidados

En estantes inmisericordes.

Ellos reclaman su vida

Su ilusión de ser

Su amor que fueron

Pero no quiero y aborto sus ideas sobre la gente

Como un vómito inducido en forma de sarcasmo.

Ha malgastado mis días esperando a que una mujer

Comprenda cuáles son mis intenciones

Tan solo con ojear mi mirada.

Es imposible comprender la lucha de los que aman.

He cometido el gravísimo error

De esperar a que llegue el amor con forma de mujer

Y no como una hogaza de pan

O un cúmulo de tierra al horizonte

O el abandono de un gato.

Pero ahora soy el sensato que se pregunta

¿Para qué seguir esperando?

¿Para qué la tortura de la incertidumbre?

Entonces creo que debo actuar

Soy un hombre de verbo

Pero ¿Abandono?, ¿Olvido?

Me he enamorado de una mujer

Que nunca me amará.

He dejado mi fe en su NO combativo

Y no me interesa destruir lo que he soñado

Tan solo porque todas la noches la recupero

En ese mundo que no conoce

Y aunque yo conozco el que ella quiere

Estoy tan lejos.

Una colegiala intenta saber lo que escribo

Y yo le respondo que su futuro

Todos hemos de esperar

Como tú que lees esto

Dejando a un lado a una mujer que te ama y te lo dice

Dejando a un lado a una mujer que te ama pero no está contigo

Dejando a un lado a una mujer que te ama pero que sabes debes abandonar

Dejando a un lado a una mujer que te ama y que también está esperando.

martes, 3 de noviembre de 2009

PARTE DOS

A la memoria del olvido.


Creyó por un momento que podría huir de sí mismo, como quien huye de una plaga y se arranca la piel e intentó arrancarse el lúpulo purpúreo que brotaba de sí y lo consiguió con mucho dolor y luego intentó arrancarse los recuerdos y no pudo. Se arrancó el cabello, se golpeó en la sien, se picó los ojos pero todos sus recuerdos eran inamovibles. Descubrió en frente de sí a un ave que tenía atorada una patita en la rama minúscula de un árbol enorme y sintió una pesadumbre tal que se levantó con mucho esfuerzo y tomó una rama que se encontraba caída a su paso y asesinó siniestramente al pajarillo. Pensó entonces que quería, definitivamente, que llegase dios o que en los libros de las pitonisas que le vieron nacer estuviese escrita su muerte con un “ramaso” en la cabeza que le borrara sus recuerdos.

Subió a una montaña alejada del mundo y como Zaratustra se puso a hablar con su sombra que podía ser más fértil que sí mismo. Reconoció sin mucho esfuerzo sus abominaciones más profundas, sus miedos sobre el abandono y aunque se sabía abandonado como la larva de una mariposa en la selva se aferró a la esperanza a salir de sus laberintos, de sus intrincados recuerdos que le atormentaban diariamente. Y fue allí, en ese intersticio de la tierra de nadie donde empezó a tener la pesadilla diabólica de caminar descalzo sobre fuego para luego incinerarse en un soplo letal, tanto así que despertaba sudoroso, con los ojos hirvientes de llamas y con un sonido particular en los oídos que le hacía doler la cabeza. Supo entonces, que el agua le salvaría de la locura cuando vio caer muy cerca de sí una gran tormenta que arrastraba toda forma viva y no viva por su paso, así que decidió arrojarse a la inmensidad de la lluvia continental y esperar a que fuera llevado muy lejos y se convirtiera en nube o en yuyo o en heliotropo.

Al comprobar que no podía derrotar a la muerte bajó de la montaña y ni siquiera encontró moscas con las cuales entablar una conversación. Meditabundo caminó hasta la ciudad y observó que la gente tampoco hablaba sino que se comunicaban por medio de un intercambio de dinero por objetos o por alimentos. Nunca sintió hambre hasta que vio a una niña desplumar a un pajarillo, quiso rapárselo de las manos pero los colores del plumaje del pajarillo le hicieron arrepentir. Nunca se vistió con mejores trajes que con los que encontró en la plaza central de un pueblo pues tenían manchas se sangre que avivaban la sombra del hombre.

Se sintió libre cuando no recordó donde estaba ni para dónde iba. Comprendió entonces que el futuro es una forma de olvido y que entonces todos los hombres están condenados a olvidar todo aquello que serán y que de la misma manera así como el olvido es un vacío, el hombre es el sustento de ese vacío. ¿De qué se llenará el vacío?, se preguntó conmocionado por la verdad que acababa de descubrir. Caminó despacio y encontró una vivienda inhóspita y carcomida por el tiempo, descubrió unas semillas de calabacín en una alacena y las sembró con amor. Al cabo de una semana, cuando las semillas hubieron dado sus frutos, tomó un calabacín entre sus manos y se lo tragó entero y mientras lloraba vio a un ave pasar por los cielos.

lunes, 2 de noviembre de 2009

CONSAGRACION DE LA PRIMAVERA. II PARTE

El frenesí de pensamientos y sensaciones lo disparó del suelo como poseso por un calambre y lo llevó a caminar sin percibir apenas los lugares por los que pasaba. Sus pasos frenéticos pronto se independizaron de sus pensamientos y su caminar angustioso deambulaba como queriendo encontrar algo que se halla más allá del camino: la visión global y completa de sus visiones. El pensamiento, que de dones no es avaro, sin embargo, encuentra su mortal transcurrir en el tiempo, sucesión, contigüidad de pensamientos en asociaciones multifórmicas que transcurren uno tras otro, entre más vívidos los pensamientos, más eclipsan las anteriores sensaciones y el ego, que no quiere abandonar sus conquistas, busca recordar lo ya pasado, oculto tras lo ahora vívido y las intuiciones de lo porvenir. Mario, frenético en su caminar, en su rostro encunaba la desesperación del perdido pues aunque verdades sin par se revelaban en su cabeza, una vez vistas inevitablemente se perdían, yuxtapuestas por otras verdades de igual intensidad y al final todas terminaban en pasto para el olvido, conquistas que la mente no quiere perder y que como un sabueso, rastrea en su trasegar de loco.
El Divino Platón afirmaba que la escritura propicia el olvido porque no es letra en el corazón inscrita. La comprensión, entendió siguiendo a los órficos, es un acto de intuición global, una sensación material de conquista que aúna la acción con la verdad y la transforma en una realidad de naturaleza tan perfecta, que es absolutamente insoportable y sólo cabe en ella la muerte o la escritura que impersonaliza el mensaje.
Esta verdad fue revelada en un sueño a Borges quien ante la inminencia de la locura prefirió escribirla en forma de parodia. Ahora Mario quien menos humilde quería abrazarla a manos llenas se acercaba peligrosamente a esa región oscura que conocemos como la locura, sus pasos, como en busca de salvación querían perderlo de sí mismo, pero no puede lograr nada aquello que no participa de la misma materia y el espíritu vagaba sin dejarse tocar mientras los pasos continuaban sin descanso, la mente perdida en su propio laberinto no reparó en que lentamente fue quedando atrás la ciudad y la luz disminuyendo, anunciaba la noche; Mario sin conciencia se introducía en un camino desierto que subía empinadas montañas.
La súbita conciencia de su estado no vino cuando sus piernas flaquearon y un temblor lo obligó a sentarse al lado del camino, vino cuando a unos pocos metros de él apenas distinguible por la luz de la luna, encontró su vista una rata agonizante, hinchada por algún veneno estaba inmóvil con sus ojos abiertos totalmente, tratando de hacerse invisible ante la cercanía del extraño. La figura de aquel animal repulsivo le produjo un ápice de compasión transido por el asco y miedo que le producía aquel animalejo; miró entonces en rededor y encontró que sus pasos lo habían llevado a un camino sin rumbo conocido, en medio de una montaña, la noche total sobre su cabeza y sin energía alguna para ponerse en pie.
Se miraron la rata y Mario durante algún tiempo, ambos temerosos el uno del otro. Ningún contacto sucedió, ninguno movía un ápice de su cuerpo previendo el inminente ataque, atrás los pensamientos alucinatorios de verdades totalizantes: los pies ardían, la noche de luna llena era fría y acentuaba como una cicatriz la soledad del yermo paraje.
Sin saber donde se encontraba acercó con cautela sus pies a su cuerpo ante la mirada atenta de la rata. Las medias estaban pegadas a su piel y al jalarlas se abrieron pequeñas llagas, el rojo brotó llamando al dolor. De soslayo mirando la rata de ojos rojos abiertos de par a par a la noche continuó sobándose los pies y quitándose las medias ante el creciente dolor rojo que le decía a gritos que no saldría de allí por sus propios medios.
Pasó algún tiempo y ya cediendo el dolor, familiarizándose con su aborrecible compañía hinchada, lamentó que todo lo revelado se fuese, como el río de Heráclito, y que sólo regresaría en pequeñas visiones distorsionado, o en sueños, el puente de otras dimensiones, pero aquella intensidad luminosa de la verdad era ahora sólo un añorado recuerdo. Quiso regresar a su solitario apartamento y acompañarse de las lecturas cotidianas que lo abrigaban como el fuego de sus letras oscuras, añorando que tal vez ellas devolverían el fulgor perdido pero, sólo y herido, en medio de una nada aún mayor por la ignorancia de su ubicación, hacía de su situación un incierto horizonte.
La noche cuan grande y oscura le motivó el sueño y quiso sinceramente entregarse en sus brazos reparadores esperando que la luz del día trajera consigo la esperanza del regreso, sin embargo, la cercanía de la rata enorme de ojos rojos no le permitía escapar del frío y el hambre con el beneficio de la inconsciencia. Pensó en arrastrarse y retirarse de la rata pero en cuanto se movía punzadas terribles subían de sus pies y la rata temiendo algún ataque levantaba con esfuerzo su cabeza y mostraba los dientes dispuesta a defenderse aún cuando nada tenía ya por perder pues la inequívoca muerte se acercaba peligrosamente a ella.
Decidió recogerse en un ovillo y pasar la noche allí, sin moverse, en vigilia perpetua mirando a los ojos de la rata y esperando juntos la desaparición definitiva de su compañero.
Pasarían algunas horas en esta misma posición cuando el sonido de un trueno lejano y constante comenzó a acercarse, pronto una luz pálida comenzó a hacerse más y más fuerte y el sonido inconfundible de un motor despertó en él la esperanza del regreso. Cuando comenzó a ponerse de en pie para ser visto, la rata se incorporó no sin un débil gemido por el esfuerzo. El camión con su rugir de tempestad hizo trepidar la tierra a su alrededor y la sonrisa que en Mario se dibujaba se encontró con una mirada de miedo indecible en la rata.
- Vete, le dijo, e hizo un ademán con el brazo para espantarla pero nada de eso ocurrió. La rata permanecía inmóvil en su angustia con los ojos desmesuradamente abiertos, en punta sus músculos y listos a responder pese al dolor transparente que la conducía a la muerte.
El camión entonces exhaló un último regido allí a su lado y se detuvo pesadamente. La rata ante la presencia desmesurada del nuevo extraño trató de moverse al monte pero un chillido agudo mostró que todo era inútil, no podía moverse. Mario contempló en silencio su desolación desamparada y no escuchó al conductor cuando le preguntó si estaba bien.
Allí, la rata, inmóvil muda solitaria, en medio de la noche oscura e infinita había sido su única compañía y sintió en su interior que tenía algún tipo de deuda con ella. El hombre de nuevo preguntó y el vaho del sudor acalorado llegó a su nariz, alzó la vista y se encontró con un rostro regordete sobre un brazo asomado en la ventana del camión. Algo en su interior se removió e hizo que sus pies desnudos se herraran al asfalto y se anclaran pétreos en su lugar. Sonrió
- Gracias, estoy bien, le dijo y correspondió a su mirada interrogante que veía a un hombre bien vestido con los pies descalzos y sangrantes en medio de la carretera, solitario como la noche oscura que lo cubría de estrellas en el cielo. Al final de un corto silencio el camión rugió e inició el lento movimiento de animal enorme y viejo dejándose caer por el camino.
El hombre miró nuevamente la rata quien no despegaba sus ojos rojos y asustados de su humanidad. Sintiendo mayor seguridad de la que había sentido en toda su vida se fue sentando lentamente, se colocó las medias no sin ardor, los zapatos, y se dispuso a esperar, ambos mirándose a los ojos, que la noche pasara, que toda la explosión de estrellas siguiera su rumbo cayendo por el firmamento y trajese el adiós definitivo que ocurrió algunas horas después.
Los ojos de la rata de un miedo expectante fueron cerrándose poco a poco llenándose de alguna forma de placidez, el fin se acercaba y fue llenando el lugar de un sopor sin tiempo hasta que los ojos se cerraron definitivamente y para siempre. Ya la mañana despuntaba tras el firmamento y esperó un poco, venciendo el asco acercó su mano lentamente hasta tocar su pelaje que acarició con la superficie de los dedos y luego alzó al animal que nunca entendería que aquel que lo espantaba estaba velando su partida.
Quiso decir algo mientras la enterraba en un hueco que abrió con una piedra al lado del camino, algo que resumiera todo lo vivido, la enseñanza última y definitiva pero sólo recordó unos versos de juvenal

Scire volunt omnes, mercedem solvere nemo

Aquel hombre solitario y errabundo que había rechazado las delicias del hogar, la secreta confidencia de la amistad, aquel hombre prejuicioso y elitista intelectual, comprendió el sentido último de su visión, comprendió el lugar que buscan insidiosos sus pasos, la verdad más simple y esencial: la necesidad del regreso. El Divino Platón lo vería en su Caverna, la verdad encuentra su sentido cuando se está en la oscuridad.
Mario levantó la vista al camino que serpenteaba solitario hacia la ciudad, apoyó sus pies sobre el suelo y sintió una leve tregua en el dolor; se puso en pie y lentamente se acercó a una roca desnuda, abierta en la tierra al lado de la vía, y escribió con la poca luz del amanecer, sin mirar apenas lo que escribía

Abre la flor
De la negra tierra los colores
Puente de arcoíris al cielo

Y sin voltear a mirar para releerlo se alejó cojeando esperando la llegada del nuevo día.

[Cómo siguiente tema propongo el desarraigo]

Libardo

martes, 27 de octubre de 2009

La Consagración de la Primavera Parte II

Por: Naga
Dedicado al músico, al poeta, al amigo,
a ese que nuestras bromas volvieron negro


También creció su nostalgia por un tiempo menos delirante. Añoranza de tantos ayeres esquematizados en los que deambulaba completamente al tanto de su libertad. ¿Libertad? Estaba ella, aplazando indefinidamente el momento en que él, finalmente, podría amar; estaba el ocio, mostrándole cuan fútiles eran sus empresas: por eso caminaba; estaban la yerba, el cigarro y el licor, mostrándole cuan insoportables le resultaban los momentos consigo mismo. Entonces se juzgaba libre, no como ahora.

Miró al demonio. En verdad tenía sabor, razón en ser tan jactancioso. Por sus venas fluía, sin duda, la sangre del Pacífico, que, por memoria, era también sangre de las selvas y sabanas africanas, madres estas que, eones atrás, habían parido mellizos: la música y el hombre. Si algo confirmaba el don de aquel demonio, eran sus magistrales composiciones de Blues, varón melancólico, hermano de la música festiva. Atónito comprobó cómo el demonio sonaba más a él que él mismo, al interpretar el puñado de canciones que había compuesto y que constituían su mayor orgullo. Basándose en en sus conocimientos sobre magia, supuso esta otra treta del burlón, afamado por hacer que los mortales dudaran de sus personalidades.
No obstante, era incómodo sentir que no era y se preguntaba cuánto duraría el juego. La sospecha de insignificancia le quemaba el pecho, era eso lo que había rehusado y seguía rehusando aceptar. Para colmo, jamás había intentado un exorcismo, su aproximación a las artes oscuras había sido sólo una cuestión de erudición.

Así estaba: viendo enceguecido un muro infranqueable, sintiéndose mugre frente a semejante edificación, cuya razón de ser, sin embargo, era esa infame mota de polvo que era él; fútil era procurar comprensión de la incomprensión, pues sabía aquello el porqué de su enigmática situación. Esperaba sentado. Se preguntó si alguna vez había tenido más que su voluntad y su resolución; se preguntó, si jamás había tenido destino, que importaba un obstáculo, un aparente imposible, una ecuación sin solución; se preguntó si acaso el muro no lo habría estado esperando.
Viose entonces ante una nueva coyuntura, uno de esos instantes definitivos. Supo sin saber, como es todo lo intuitivo, todo lo intempestivo, que debía caminar hacia el concreto imponente cual si éste no estuviese ahí. Tal cual había sospechado, atravesó el portal. El trayecto fue otra suerte de epifanía: vio todas las decisiones que, aún queriendo, no tomó, no sólo en sus caminatas, sino en dviersos momentos de su vida; vio en cada una de ellas el muro y cómo lo había estado evitando.
Al otro lado había un arco iris nocturno, anunciando una primavera más bien otoñal, hermosas flores sin pétalos y un universo extrañamente bellísimo, mortecino, despojado de idílicos disfraces.
Supo entonces que no había marcha atrás, que el muro siempre estaría ahí, alimentando su resolución con la amenazadora advertencia de lo imposible, que las cosas serían desde ahora más impactantes en todo sentido, y por primera vez tuvo una certeza, la única que le quedaba y que tendría en adelante: quizá algún día sería libre.

De pie, firme, en el centro del laberinto, supo que aquello no era un dilema, pues, como mencionó Borges en uno de sus textos, evocando algún místico antiguo, uno de esos que él había compadecido, el centro está en todas partes.
Como habrá sospechado el lector, no fue necesario un exorcismo: el primer espejo que halló en su nuevo mundo, una magnífica obra de obsidiana pulida, le mostró al demonio, a ese que con irrespetuosa genialidad manosea melodías y letras y compone magníficos Blues.

miércoles, 21 de octubre de 2009

LÁZARO

Sus dedos dejan escapar la arena color del sol, retorno de la luz al suelo
Sentado sobre una roca
Sus ojos no entienden por qué se disolvió como un espejismo
el abrazo oscuro a la eternidad
Y ahora deben contemplar la delicada danza de una hoja en el viento
Sus manos hermanándose con la tierra
Deben volver al tiempo
A la labor del día, a la caricia
Lejos estaba la emoción y la tristeza
La palabra hecha carne y vida lo ha obligado
La palabra en mandato convoca la vida
Y títere es su esencia y destino
Su cuerpo que siente el abrasivo calor del sol se siente traicionado en su descanso
Lázaro ha regresado de entre los muertos
Sentado, frente a la planicie requemada y yerma
Perdido en la familiar cotidianidad
Busca en su interior la seguridad del abismo
Vacíos son ahora los rostros y los caminos para aquel
que sólo entiende en el horizonte
La humillación de un retorno no pedido
La victoria del sinsentido

“NO HE FRACASADO TOTALMENTE” DIJO EL FRACASO

Camino sonriendo

Rozando con mi mano

La pared erosionada de una iglesia,

Mis manos están tan sucias

Que temo acariciar el corazón.

Paso por encima

De la tierra de mis ancestros

Por encima

De los empedrados de los colonizadores

Por encima

De los caminos de la libertad

Por encima

Del local de la puta.

Pienso en lo bueno que he sido con el mundo

Pienso en lo malo que he sido conmigo mismo:

Considero a la bondad como la capacidad que tengo

Para darle una moneda con asco a un mendigo

O para no escupir en la cara a un ñero

Y sé que definitivamente las cosas

No están bien:

Olvido lo que no debo

Recuerdo todo aquello que hace daño

Hago todo lo contrario.

Ha empezado a llover

Huele a pollo asado

Y siento un hambre atroz

Por sacarme el corazón y morderlo

Precisamente en aquel rincón en que duele tanto.

Ya no me importa que tenga las manos sucias

La lluvia me ha limpiado.

Como un perro me sacudo

Y pateo

Lentamente

Los charcos

Que encuentro al paso.

Mis zapatos están viejos y cansados

Mi alma está arrugada

Como la piel que se expone por mucho tiempo al agua

Mi boca está muerta

Tan muerta está

Que ahora que deseo levantar el rostro

Dejar de ser avestruz para ser hombre

Y gritar AZUL y MAR

Y gritar MIERDA y VIDA

Los ojos se empozan.

Soy una estatua que camina por debajo de la lluvia.

He venido a la vida

He llorado

La tristeza ha triunfado

Y nada tiene más sentido hoy

Que el humo que escupe el autobús.

Mi vida y mi amor propio se reducen

A taparme la nariz para no aspirar

El smock de las calles.

También me tapo el rostro

Para que nadie me vea llorar:

Sería vergonzoso que los vendedores ambulantes

Y los perritos y los gatos me viesen llorar.

NO HE FRACASADO TOTALMENTE

PORQUE NO HE NEGADO EL FRACASO

NO HE TRIUNFADO TOTALMENTE

PORQUE NO HE NEGADO EL TRIUNFO.

Tan solo soy un corazón dolido con dos piernas

Un par de piernas con ojos ciegos

El pétalo último del invierno.

Ahora en que he llegado a casa como una cárcel

Y no comprendo porqué es mi casa

Miro agobiado por la ventana del invierno

Afuera llueve y un viento helado sopla

Adentro llueve y todo es apacible

Una hoja de periódico vuela

Sus letras se han borrado

Se ha convertido en basura

Con las manos sucias como las tengo

Salgo a la calle

Y recojo esa hoja

Para escribir este poema.

DANIELÁNGEL

lunes, 19 de octubre de 2009

yo vi algo bellísimo: el caminante de pie ante el altar de la media luna perforando el cielo nocturno con flechas de luz. El cielo se desplomó sobre mi cabeza, trayendo un polvo celestial que se mezcló con el humo del fuego, y quedé solo en el piso, flotando entre un trozo de terciopelo y el calor del vientre de mi madre
Wade Davis, El Río

Arde el canto del pájaro de fuego de siete lenguas doradas
Escucha
Laaaarrrgggoooo es el puente-padre por el que se deslizan los sueños
¿Llueve? Es el tiempo
El corazón habla donde las palabras son cortas
¿Llueve? Es el viento que funde color en el cielo
Como el agua se desliza la conciencia en un silencio de imágenes
El canto arde
Define los contornos
Marca los pasos
Somos huellas de un círculo remoto
Bocas nacen flores de las manos
Llueve
Cae a pedazos el cielo
Somos ahora el horizonte, la primera estrella

Libardo

domingo, 18 de octubre de 2009

Sinfonía líquida

Yo, que tanto me quejo de la rutina y de la monotonía, busco desesperadamente puertas o laberintos ocultos que me transporten a otro aire, a otro mundo. Antes lo lograban los cantos de los pájaros por la mañana, que cada día son más y más escasos y débiles, o los conciertos de Bach o alguna inspirada frase del libro que me ocupara en el momento. Ahora, lleno de preocupaciones y viviendo una vida de 'adulto', esa vida a la que me fueron dirigiendo mis mayores desde el momento en que nací, y que ahora repudio, poco tiempo tengo para conmoverme y contemplar la belleza del Universo.

Todo se ha reducido al reloj. El tiempo, que siempre me pareció un misterio y un ser inefable, se encarna ahora en un horario. De esa manera, impúnemente, ha perdido su intrigante encanto. La vida transcurre entre buses y palabras, entre formatos y timbres, y firmas, y reuniones de trabajo, y jefes malhumorados y avaros. Ese increíble dios, Cronos, ya no es un dios sino una máquina, tan perfecta y esquemática como el reloj que reposa en mi muñeca.

Es en momentos así que pienso que la poesía está muerta y que, en realidad, la libertad no existe y todos somos esclavos, de nosotros mismos, del dinero y del vacío.

Pero pareciera que la vida no quiere morir. Y sin darme cuenta, como una mensajera del cielo, llega la lluvia para sacudirme, sacudirnos a todos y quitarnos las lagañas de los ojos. Más allá de la humedad, de los zapatos rotos y empapados, del frío en los dedos y los calzones emparamados, es posible, con oído atento, escuchar una melodía de antes de los arcos y las flechas. Se adentra, sigilosa, una nostalgia de un mundo ya perdido, el aliento y el murmullo de la naturaleza, de los dioses orgánicos, vivos y escondidos de los primeros hombres. El recuerdo vago y lejano del océano primigenio, de la humedad original. Del vientre materno y de los cuidados de la madre. De mi pasado animal. El ritmo de la lluvia, aparentemente azaroso pero esencialmente bello, es tan fuerte y tan firme que rompe los esquemas de mi vida y me hace momentáneamente un niño. El agua en mi cara, en mi pelo y en mi alma, se lleva consigo todas las máscaras que me aprisionan. Puedo, después de una eternidad, respirar aire puro.

Esta sensación dura lo que dura la lluvia. Y al sentir nuevamente al tiempo en su forma más pura, puedo afirmar que dura todo el tiempo que ha transcurrido en el Universo. Un instante infinito, que no se desvanecerá a menos que yo lo permita.

La lluvia, esa purificadora ancestral que me eleva de nuevo a las altas esferas de la ensoñación y la fantasía.